Todo este prolegómeno es para explicaros como viví por primera vez las fiestas de Castellar. Algo que tengo que hacer a retazos, porque de eso ya hace mucho tiempo. Ya para empezar, llegar hasta allí era una aventura. Mi padre no tenía coche en esa época y llegamos al pueblo en el autobús de línea, tan lento y con tantas paradas, que nos daba la sensación de que habíamos viajado al confín de España.
Era un mes de agosto, muy, muy caluroso. Eso si que no ha cambiado desde entonces…
Yo tenía cuatro años recién cumplidos, por tanto, hablamos de 1969. 54 años en los que evidentemente, no sólo Castellar, el mundo entero ha vivido una transformación que no lo conoce ni la madre que lo parió.
Nos alojábamos en la Fonda de los Gabrieles. Recuerdo su patio empedrado, con sus macetas con plantas y flores de especies que yo no conocía y que daban al espacio un frescor del que no queríamos salir.
Desde la mañana temprano se oía el trajín de los huéspedes y de unas señoras con moño y mandil que nos atendían con mucho cariño. También me viene a la memoria mi madre que nos enseñaba el rincón de aquella estancia donde siendo ella niña, un fotógrafo de los de antes, la inmortalizó allí mismo con otras niñas poco antes de empezar la Guerra Civil. Acontecimiento, ése sí, que resquebrajó la vida de todos.
Por cierto, nunca encontré esa fotografía…
Sin embargo, lo que sí recuerdo nítidamente es cuando por las noches íbamos a una churrería que estaba en la calle donde se encuentra el bar de Luis, en esa misma acera. Era un pequeño local con mesas en el exterior. Allí, nos chupábamos los dedos con las mejores porras (así decimos en Madrid) que he comido en mi vida. Roscas, fritas con aceite del lugar, de las que mi madre siempre se pedía la cabeza y que mojábamos en chocolate recién hecho…y mira que hacía calor incluso de noche.
Si mi memoria no falla, en aquellos años, el grueso de las fiestas transcurría alrededor la iglesia de arriba, y el baile, en la plaza del mercado de abastos, engalanado con guirnaldas de bombillas. Al ritmo de la charanga, chicos con corbata y muchachas con bonitos vestidos, lo daban todo en la improvisada pista.
Otra opción de pasar un rato maravilloso era el cine de verano. Allí, lo pasábamos pipa con las ocurrencias de Louis de Funes mientras aplacábamos la sed con horchata natural (se nota que Valencia no está demasiado lejos). ¿De comer? Qué rica estaba esa ensalada de tomate, cebolla y pimientos aderezada con cominos.
Y cerca de allí, en la Plaza del Ayuntamiento, llegaba el momento más mágico de todos; el que nos hacía soñar a pequeños y grandes: los fuegos multicolores que iluminaban el cielo estrellado y también nuestros rostros embobados.
Como veis hasta ahora no he hablado de grandes eventos, ni de grandes despliegues, ni de grandes estrellas de la música…No…tan sólo os he hablado de algo muy sencillo, familiar…y es que para lograr la felicidad (cada vez estoy más convencido) no hacen falta grandes alharacas. Simplemente basta la voluntad de disfrutar, bien rodeados de nuestros familiares, amigos, parejas y amantes ¿porqué no?
En fin…ojalá pudiese recuperar esa inocencia de mi infancia, de como cuando tenía cuatro años y disfrutar de las fiestas del siglo XXI como hacía con las de 1969. Pero eso no es lógico. Por tanto, aparquemos la nostalgia, ya que eso sólo puede arrastrarnos a la melancolía. Cada época tiene su aquel y 2024 no tiene que ser una excepción máxime cuando hablamos de Castellar. Cuando he regresado en agosto varias décadas después he descubierto que aquí se goza como en ningún otro sitio y este pueblo cuando se propone disfrutar no hay quien le supere.
No se hable más: ¡¡Felices Fiestas!!
Alfredo Boto Hervás
6 de junio de 2024